La vuelta de los Valles Calchaquíes: un imperdible de Salta la linda

Caminos de montaña, quebradas, cerros de colores, altísimos cardones, formaciones inverosímiles y pueblos con encanto. 

Caminos de montaña, quebradas, cerros de colores, altísimos cardones, formaciones inverosímiles y pueblos con encanto. 


El viaje es el camino. De esta frase inspiradora para todos los que amamos trasladarnos por tierra surge este itinerario. Salimos desde Salta, paramos en el Carril por tamales antes de adentrarnos en la impresionante Cuesta del Obispo. Atravesamos el Parque Nacional Los Cardones y el camino de los artesanos. Imperdibles de la ruta 40: Cachi, Seclantás y el atardecer en la Quebrada de las flechas. De regreso, los miradores de la ruta 68, donde también se puede descansar del volante con breves senderos para caminar en la naturaleza.


Pisar las nubes

Del impresionante camino zigzagueante de la Cuesta del obispo a la mítica ruta 40, esteroadtrip nos regala paisajes que nos enseñan geografía y cultura andina. Partimos de la capital salteña hacia el sur y hacemos la primera parada en El Carril, un buen punto para aprovisionarse, cargar nafta y probar los tamales de El Papabuelo (20 de febrero 300, A4400), una casa de comidas con calor de familia y de braseros.




Cruzamos las yungas y luego de unos kilómetros de ascenso, se ingresa a la Quebrada de Escoipe, donde ya se ven los cactus, junto a algarrobos y rocas rojas. Entonces recordamos la leyenda norteña que cuenta que los cardones que hay en los valles son indios convertidos en plantas que aún vigilan los cerros y velan por la felicidad de sus habitantes para que nunca más sean perturbados por conquistadores. Para conocer la zona desde la cima del Torreón se puede hacer noche en alguna posada y caminar por este recorrido que estimula los cinco sentidos con naturaleza y arqueología. Por la ruta provincial 33 y a 57 km de la ciudad de Salta se alcanza la Cuesta, que asciende desde los 1270 msnm de la localidad de Chicoana hasta alcanzar su tope en la Piedra del Molino, donde hay que parar a sacarse la foto panorámica con las nubes encajonadas a la par.




Es difícil elegir en qué mirador detenerse a lo largo de los 21 kilómetros que dura este camino de cornisa. “El cielo está aquí” es un nombre muy apropiado para el puesto que vende quesos de cabra y otras especialidades regionales. La mística aumenta cuando escuchamos la música de Marcos y su ocarina, un instrumento de viento descendiente de los silbatos primitivos de barro o hueso: “Los hago yo con arcilla, llevan un cóndor que es el símbolo del equilibrio, una llama por la prosperidad o un cactus que representa la perseverancia y la longevidad. Con él se puede tocar cualquier canción. Hace 8 años que hago esto y me va bien, vendo 30 por día. A pesar de que se tocar otros, escogí este instrumento precolombino para transmitir el folclore andino a los turistas. Llegan personas de todas partes, les gusta escucharlo”.




Empalpamos con la ruta 42 que nos conduce hasta el Parque Nacional Los Cardones, un enorme bolsón de 65.620 hectáreas donde predomina esta peculiar especie que custodia los caminos del antiguo Imperio Incaico y del singular Valle Encantado. ¡Llegan a medir 3 metros y cumplir 300 años de edad! Hay que sacarse una selfie con estas eminencias.




Imperdibles de la ruta 40

Si tomamos la Recta del Tin Tin, trazada a unos 3000 metros de altura, nos vamos hasta Cachi, un pueblo auténtico que nos recibe con su postal típica: a partir de mayo, los pobladores tiñen los campos de color rubí siguiendo la tradición de secar pimientos al sol. Callecitas de piedra, su antigua Iglesia, las montañas nevadas, el mercado y su ritmo apacible. De regreso a la ruta 40 -sí la famosa carretera que en 5.200 kilómetros recorre Argentina de sur a norte paralela a la Cordillera de los Andes- comenzamos a bajar hacia Seclantás, un pequeño poblado que nos calma con su plaza y la amable señora que prepara las tortillas a la parrilla.




Aquí, la excursión imprescindible se contrata en Finca Montenieva, una agencia que propone conocer el valle donde se asentaba la tribu de los Malcachiscos. El papel del guía es absoluto: además de cuidar que el impacto medioambiental del turismo sea nulo en este lugar remoto, nos conduce en una travesía en 4X4 y una caminata de 4 horas por un escenario prístino, dibujado por formas y colores que cambian a cada paso. Para sorprendernos, finalmente, René despliega una mega picada en pleno trekking.




“Somos oriundos de Seclantás, aquí nos traía a jugar mi padre cuando eramos chicos mientras se quedaba arreando el ganado. Él tuvo la visión de hacer algo con el turismo, empezó este desarrollo hace 35 años, trabajando con geólogos e historiadores. Llamó a este lugar Cuevas de Acsibi, que es una palabra del dialecto de los nativos calchaquíes que significa tierra de fuego, de luz, porque el color que sobresale es el colorado”, detalla René, que hoy estudia turismo para continuar el proyecto de Fido Abán. “Mi idea es complementar este paseo con otros, como el cráter de los cóndores. Después de formarme en Salta decidí regresar a mi lugar de origen porque me gusta vivir acá. De la interacción con el turista aprendo mucho, si ellos lo disfrutan yo también lo disfruto. No me canso nunca de esto.”




Paralelo a la ruta 40, del otro lado del río Calchaquí, corre el camino de los artesanos. En el paraje El Colte residía el maestro del telar seclateño: el Tero Guzmán, autor de los ponchos salteños más famosos. “Mi marido fue el primer artesano de esta zona. Enseñó el oficio a mucha gente, mis hijos y nietos también han aprendido, hoy trabajamos en familia. Antes vivía en la ruta 40, me casé, me mudé y hace 39 años que estoy acá, siempre trabajé con el turismo”, expresa Vitalia.




En la casa de enfrente, Elena camina de un lado al otro para hacer la urdimbre. Con la ayuda de sus sobrinos, estira los hilos que van al telar: “De acá salen dos mantas de 2 metros. Los turistas compran chales, ruanas, caminos de mesa y para el invierno, los ponchos. Valoran que todavía es hecho a mano, no hay máquinas, se acercan a conocer los telares. Estamos todos los días, feriados y domingos también, porque los guías traen gente, tenemos que estar. En vacaciones de invierno, en agosto y septiembre vienen extranjeros, los franceses se llevan la lana de llama.”




Antes de que oscurezca hay que llegar a la Quebrada de las Flechas: el tramo de la Ruta 40 que atraviesa un paisaje lunar, con formaciones rocosas de aspecto extraño que sobresalen hasta 50 metros por encima del terreno. En la parte Central de los Valles Calchaquíes, entre los kilómetros 4380 y 4410, este tramo de ripio casi inverosímil está protegido por el Monumento Natural Angastaco y su sucesión de quebradas, gargantas y paredones verticales que van cambiando sus tonos con el sol.




Para volver a Salta, desde Cafayate, la ruta 68 despliega otro espectáculo con su Quebrada de las Conchas. El Dato: además de puntos panorámicos hay varios senderos para adentrarse en la naturaleza. Los imperdibles son Los Castillos, El Obelisco, El Anfiteatro y La garganta del diablo.




 


Fuente: LA NACIÓN


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