La canción del Cuchi que intentaron hacer desaparecer durante la dictadura

El folklore fue el género que mejor interpretó la realidad durante el proceso.

El folklore fue el género que mejor interpretó la realidad durante el proceso.


Cuando terminaba 1977, la Secretaría de Inteligencia del Estado redactó los “Antecedentes ideológicos de artistas nacionales y extranjeros que desarrollan actividades en la República Argentina . Era un documento secreto que agrupaba fichas de compositores e intérpretes como Nacha Guevara, Víctor Heredia, Huerque Mapu y Pedro y Pablo, entre decenas más.


A pesar del candado con que la última dictadura militar intentó guardar bajo llave a los artistas folklóricos, a quienes persiguió, amenazó, intentó matar y prohibió, la canción popular se había metido en el corazón del pueblo y hubo de cantarse a pesar de los cepos con que los militares las borraron de los medios de difusión.


En esas listas los censores prohíben a un grupo de músicos populares de raíz folklórica: de Horacio Guarany a Ariel Petroccelli, de César Isella a Omar Moreno Palacios, la lista es nutrida y también variada.


Censura en tiempos de dictadura

Contra la frase de Jorge Rafael Videla “silencio es salud los músicos populares argentinos escribieron, a hurtadillas algunos, arriesgando el cuero otros. Como podían desenrollaban el nudo de las palabras para sacarlas del silencio. Es el caso del Cuchi Leguizamón, poeta, músico, compositor, abogado penalista, defensor de pobres por sentimiento, y profesor de historia, literatura y filosofía. También un polemista filoso, capaz de decir más en serio que en broma que todos los males argentinos se deben a que “este país se ha amariconado, y no se puede ser traidor con el sexo”.


Durante la época de la dictadura escribió la canción “Chacarera del expediente” que fue censurada por el gobierno de turno. La letra reza:


El pobre que nunca tiene

ni un peso p’andar contento,

no bien se halla una gallina

que ya me lo meten preso.


El comisario ladino

que oficia de diligente,

lo hace confesar a palos,

al preso y a sus parientes.


Y se pasan las semanas

engordando el expediente,

mientras el preso suspira

por un doctor influyente.


La tía le vendió la cama,

pa’ pagarle al abogado,

si algún día sale libre

tendrá que dormir parado.


El Juez a los cuatro meses,

lo cita pa’ interrogarlo;

como es pobre y tartamudo

ninguno quiere escucharlo.


Y la prisión preventiva

dictan al infortunado,

que ya lleva un año preso,

hasta de Dios olvidado.


Amalaya la justicia,

vidita los abogados,

cuando la ley nace sorda,

no la compone ni el diablo.


Estas son cosas del pueblo,

de los que no tienen nada,

esos que se hallan millones,

tienen la Casa Rosada.



 


Redacción: Esteban Raies para Folclore Club


 


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