Padre Pío: El fraile estigmatizado que enfrentó las heridas de Cristo y las pruebas del demonio
Tal día como hoy, pero de 1968, fallecía en un pueblecito de Italia un franciscano al que fueron a despedir 100.000 personas. Pasaba 16 horas al día en el confesionario, llegando a conocer los pecados de las personas antes incluso de que los confesaran.
Aunque a lo largo de los más de 2000 años de historia la Iglesia ha canonizado a miles de fieles, no hay ninguna vida de las personas que llegaron al cielo que se parezca a las demás. La Iglesia ha contado con santos que persiguieron a los cristianos, que mataron, que fueron ladrones, borrachos, mujeriegos o incluso declarados ateos. Sin embargo, «los caminos del Señor son inescrutables» y, si algo demuestra la vida de los santos es que, cada uno de ellos, a su manera, ha recorrido un camino de conversión, enfrentándose a sus propios pecados y debilidades.
Pío de Pietrelcina no fue un hombre con un pasado oscuro ni hostil a la fe. De hecho, ingresó en el noviciado de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos con tan solo 16 años. Sin embargo, los fenómenos que experimentó durante sus años como monje lo harían único en la historia de los que llegaron a los altares: hemorragias espontáneas, éxtasis, don de la bilocación, que le per mitía estar en dos lugares a la vez, o la clarividencia, que le permitía conocer la conciencia de las personas y el grado de pureza de sus corazones. También anunció profecías; por ejemplo, le dijo al joven Karol Wojtya, quien más tarde se convertiría en el Papa Juan Pablo II, que algún día ocuparía el más alto cargo en la Iglesia.
Francisco Forgione, nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, una aldea en el sur de Italia. Fue hijo de Horacio Forgione y María José Denunzio, ambos agricultores. Sus padres encomendaron su vida a san Francisco de Asís, razón por la cual fue bautizado con su nombre. Desde niño, Francisco mostró sensibilidad y espiritualidad, y su vida estuvo marcada por experiencias místicas, incluyendo una aparición del Sagrado Corazón de Jesús a los cinco años.
Desde temprana edad, el Padre Pío mostró un profundo anhelo por el sacerdocio, inspirado por un encuentro con el fraile capuchino fray Camillo, del convento de Morcone, ubicado a 30 km de Pietrelcina. Este fraile solía pasar por su casa pidiendo limosna, y ese encuentro despertó en él el deseo de seguir el camino religioso. A pesar de que no había plazas disponibles, finalmente, el 6 de enero de 1903, ingresó en el noviciado de los Capuchinos en Morcone.
Allí tomó el hábito el 22 de enero y adoptó el nombre de fray Pío. En 1907, hizo su profesión definitiva de votos. Su vida como capuchino fue austera, dedicándose al ayuno y la penitencia. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1910, y escribió una oración, que se cumpliría en los años venideros, y en los que expresó su deseo de convertirse en «sacerdote santo y una víctima perfecta».
Llagas, milagros y profecías
A lo largo de su formación, la salud del joven fraile fue precaria, lo que lo llevó a regresar a Pietrelcina para recuperarse. Pronto comenzaron a manifestarse fenómenos extraordinarios en su vida, como la aparición de estigmas visibles en su cuerpo, es decir, heridas que reproducían las cinco llagas de la crucifixión de Cristo. Aunque inicialmente deseó que estos desaparecieran, el dolor persistió, reflejando su unión mística con el sufrimiento de Cristo.
Estos estigmas, que tuvo durante 50 años, nunca se infectaron ni cicatrizaron, además de que emanaban siempre un perfume agradable. Desaparecieron poco antes de su muerte. Durante su proceso de beatificación, se documentaron varios milagros, entre ellos la sanación de la señora Consiglia de Martino y, para su canonización, el caso del niño Mateo Pío Colella, evidenciando el impacto de su vida y ministerio. Otros fenómenos notables incluían la levitación, que experimentaba durante momentos de profunda oración.
El Padre Pío recibió del Señor diversos dones extraordinarios que utilizó con humildad en servicio de las almas. Entre estos, se encontraba la bilocación, que le permitía estar en dos lugares simultáneamente. Usó esta habilidad para asistir a moribundos y realizar sanaciones milagrosas sin tener que abandonar físicamente el convento. También poseía la clarividencia, que le permitía conocer la conciencia de las personas y el grado de pureza de sus corazones. Gracias a esto, podía orientar y aconsejar a sus fieles, además de advertirles sobre pecados no mencionados durante la confesión.
Otra de sus capacidades era la profecía, a través de la cual pudo anticipar eventos futuros. Un ejemplo significativo fue su encuentro con el joven Karol Wojtyla, quien más tarde se convertiría en el Papa Juan Pablo II; el Padre Pío le predijo que algún día ocuparía un alto cargo en la Iglesia. Además, realizó numerosas sanaciones milagrosas, como la de Gema, una niña nacida sin pupilas, quien recuperó la vista gracias a su intercesión, y la de la doctora Wanda Poltawska, a quien se le diagnosticó cáncer y cuya enfermedad comenzó a remitir tras las oraciones del Padre Pío.
Las visitas del demonio «que no admite derrota»
El Padre Pío sufrió violentos ataques físicos por parte del demonio a lo largo de su vida, episodios que fueron relatados tanto en cartas como en testimonios de quienes lo conocieron. En una ocasión, mientras el Padre Francesco estaba a punto de salir de la celda del Padre Pío, este le advirtió: «No se vaya, de lo contrario el demonio vendrá». Aunque Francesco permaneció un tiempo, finalmente decidió irse. Apenas se había alejado unos pasos cuando escuchó un ruido espantoso y, al regresar, encontró al Padre Pío, que había sido brutalmente asaltado.
El propio Padre Pío describió la intensidad de estos ataques, revelando la ferocidad del mal: «El ogro no va a admitir la derrota; ha aparecido en casi todas las formas. Durante los últimos días, me ha hecho visitas junto con algunos de sus seguidores armados con palos y armas de hierro, y lo que es peor, su propia forma de diablos». Los sufrimientos que soportaba eran alucinantes. En una de las peores noches, relató que el demonio no cesó de golpearlo desde las diez de la noche hasta las cinco de la mañana, arrastrándolo por la habitación y tirándolo de la cama. Al recordar aquel episodio, el Padre Pío confesó: «Realmente pensé que era la última noche de mi vida; o si no me muero, me volvería loco».
16 horas confesando en lenguas que no conocía
El Vaticano había decidido trasladar al Padre Pío, quien ya gozaba de gran popularidad en Italia, a la ciudad de Ancona. Al enterarse de esto, los ciudadanos de San Giovanni Rotondo reaccionaron con indignación, organizando protestas y piquetes en la iglesia para evitar su partida.
A pesar de los intentos de las autoridades eclesiásticas por alejarlo, el Padre Pío continuó su labor pastoral. En 1931, se le restringieron sus funciones sacerdotales, pero recuperó su ministerio completo en 1933. Su dedicación al confesionario lo llevó a pasar hasta 16 horas al día absolviendo a los fieles, incluso en idiomas que no sabía.
En su diario, el Padre Agostino relata un episodio extraordinario que ocurrió en una de estas confesiones. Un sacerdote suizo visitó al Padre Pío y conversó con él en italiano. Antes de despedirse, el sacerdote le pidió al Padre Pío que encomendara a una mujer enferma. Para sorpresa del sacerdote, el Padre Pío respondió en perfecto alemán, idioma que no conocía: Ich werde sie an die göttliche Barmherzigkeit («La encomiendo a la Divina Misericordia»). El sacerdote, asombrado por el milagro lingüístico, compartió lo sucedido con quienes lo alojaban.
La salud del Padre Pío continuó deteriorándose en la década de 1960. El 22 de septiembre de 1968, celebró su última misa y falleció en la madrugada del 23 de septiembre, repitiendo los nombres de Jesús y María. Su cuerpo fue encontrado sin los estigmas que había portado, lo que se interpretó como la culminación de su misión espiritual. El proceso de canonización del Padre Pío comenzó en 1983 y finalizó con su canonización el 16 de junio de 2002, en manos del Papa que profetizó: Juan Pablo II.