El otro triunfo de Ángel Di María: el día en que su hija le ganó a la muerte
Sucedió en 2013, cuando él jugaba en el Real Madrid. "Fue lo más duro que me pasó en la vida", contó "Fideo" después.
En estos últimos años Ángel Di María dejó bastante claro que el mandato de "los hombres no lloran" no era su forma de mostrar fortaleza. Si viste "Sean eternos", el documental sobre la intimidad de la Selección cuando ganó la Copa América, lo viste llorar largo, con la voz quebrada, hablar de todo lo que había sufrido, llorar hablando, hablar llorando.
Si lo viste en el video en el que está sentado en el césped del Maracaná con la medalla colgada, el momento en que se la muestra a sus padres por videollamada, lo viste llorar de agradecimiento. Decirles a los ojos, en un estadio lleno y con la pera temblando, "lo logramos, los amo mucho, gracias por bancarme siempre".
Agradecimiento, especialmente para su papá, el hombre simple al que "Angelito" ayudaba a embolsar carbón cuando era un chico de 8, 9 años: la única entrada de dinero de la casa.
"¿Viste? Algún día se iba a romper la pared", le dice llorando desde el césped a Miguel, su papá, y no hace falta mucho más para saber que habla de los muros más altos: los de la mente. "Me la di muchas veces pero seguí estando acá. Seguí estando, nunca aflojé pa, como siempre me enseñaron".
Y si lo viste después del gol que metió en la final del Mundial de Qatar contra Francia lo viste correr llorando, llorar corriendo no después: en medio del partido. ¿Cómo no lo vas a ver si lo vio el mundo? ¿Cómo? Si yo me abracé las rodillas, cerré los ojos y lloré con él.
La vida y la muerte
La historia me la contó la propia Jorgelina Cardoso, esposa de Ángel Di María, un día helado de junio de 2014. Acababa de suceder así que todavía no tenía la distancia de un recuerdo.
Jorgelina ya no estaba sola en Madrid, donde había pasado todo, sino en Argentina, con sus amigas, con su familia. Faltaba nada para el Día del Padre, los jugadores ya estaban concentrando en Brasil y sobre su falda estaba Mía, la primera hija de la pareja.
Mía acababa de cumplir 1 año y un mes y más que "la hija de" era, por sobre todas las cosas, una sobreviviente.
"Vivíamos en Madrid, los dos solos, y yo estaba embarazada de 5 meses. Iba a ser nuestra primera hija", fue lo primero que me contó aquel día. Estaban solos y solos eligieron atravesar el pantano, porque cuando las madres de los dos les dijeron desde Rosario "vamos para allá", ella no quiso.
"Es que cuando a mí me pasa algo fuerte me hago como un bicho bolita", contó ella después por televisión.
Era abril de 2013, hacía varios años que Ángel jugaba en el Real Madrid y Jorgelina -instrumentadora quirúrgica, rosarina igual que él- recién estaba por comenzar el sexto mes de gestación.
Tenían que hacerla nacer y nada de lo que estaba pasando se parecía a la idea de "dar a luz" que habían imaginado. Había un 70% de posibilidades de que Mía naciera muerta. "Y nos dijeron que si vivía -me contó ella aquel día- iba a quedar con secuelas graves".
Mía nació una semana después: los dos la vieron nacer y llorar, llorar y respirar, vieron a los médicos sonreír y correr, pero sonreír. Mía había derribado la pared: estaba viva.
Lo que siguió, sin embargo, fue una larga estadía en el limbo: tres almas juntas sin saber bien para donde ir. "Se habla mucho de los bebés prematuros pero uno no llega a dimensionar, a sentir lo que nos pasa a los papás. Estás entre la vida y la muerte, esperando el parte de cada día", contó hace poco ella en televisión.
Seguro es cierto que con mucho dinero la vida es más fácil. Seguro es cierto, también, que ni todo el dinero del mundo te salva de estar temblando de miedo frente a una incubadora.
Y es que en los dos meses que siguieron Mía tuvo una infección que la dejó en el precipicio otra vez, y sólo lograron controlar la anemia con transfusiones.
Pienso en esa frase hermosa de Messi -"el Dibu fue papá y no le pudo hacer upa"- y sigo pensando: cuando Fideo fue papá tampoco pudo.
Hay una escena que me contó aquel día y que ahora -8 años después de la entrevista- veo que me quedó adentro del cuerpo: Ángel se agarraba de la incubadora y no paraba de hablarle. A esa beba toda conectada le decía -como sus padres le habían dicho siempre a él- que no dejara de luchar, que iba a salir adelante.
Hasta que un día de junio de 2013, después de 60 días en neonatología, probaron sacarle el respirador: Mía respiraba sola.
En una carta que Fideo escribió en 2018 y que salió publicada en "The Players Tribune" puso esto: "Quizás me ven llorando con la Copa (la de la Champions League) y se piensen que yo lloro por el fútbol. Pero en realidad estoy llorando porque mi hija está ahí en mis brazos para vivir ese momento conmigo".
Aquello de que si Mía sobrevivía iba a ser con secuelas graves tampoco sucedió: aunque entre las consecuencias posibles de la inmadurez estaban la parálisis cerebral, la ceguera, la sordera o retrasos del desarrollo neurológico, Mía salió adelante sin ninguna.
Lo que sucedió en la pareja lo saben todas las parejas que han navegado en un bote así, tan pequeño y tan a la deriva, y han logrado llegar juntos a un cuadrado de tierra firme. No uno adelante y otro atrás, no una gran mujer detrás de un gran hombre: juntos.
Lo vimos esta semana, porque Ángel ya sabía lo que nosotros todavía no, y sólo lo compartió con ella la noche anterior al partido contra Francia: "Voy a salir campeón del mundo, amor. Está escrito. Y voy a hacer el gol". Ella no le dijo "calmate", al contrario: se subió al botecito de él.
"Me afloja el cuerpo este mensaje, no sé qué carajo decirte".
La vida no siguió fácil, es más, el botecito insistió varias veces con llenarse de agua, porque después de Mía, Jorgelina y Fideo perdieron un embarazo de mellizos. Volvieron a reponerse, y después llegó Pía, la más chiquita de la familia.
Y otras, como la de Fideo, "el hombre de los goles en las finales", que, desde el campo de juego y llorando miró para todos lados y le hizo a Mía, a Pía, a su mujer, a su mamá, a su papá y a todos nosotros corazones con los dedos./INFOBAE