Don Lucio, el guardián del Pilcomayo: pulmones heridos y alma invencible por amor a su tierra
A sus 86 años, Don Lucio Rojas se convirtió en símbolo de amor por la tierra y resistencia en Santa Victoria Este. En plena inundación del Pilcomayo, se lanzó al agua para salvar a sus animales y terminó internado con una grave infección pulmonar. Su historia, marcada por el arraigo, la sabiduría y la lucha silenciosa por la naturaleza, es un llamado urgente a cuidar lo que aún nos da vida.
En medio de la angustia por las últimas inundaciones que arrasaron con parajes y hogares en Santa Victoria Este, en el Chaco salteño, un nombre resuena con fuerza: Don Lucio Rojas, un hombre de 86 años que, lejos de rendirse, eligió enfrentarse al agua para salvar lo que más ama: su tierra y sus animales.
Mientras muchos buscaban un refugio seguro, Don Lucio hizo lo que su corazón y su historia le dictaban. Se lanzó al agua, sin pensarlo dos veces, para rescatar a sus animales atrapados por la creciente del río Pilcomayo. Esa decisión le costó una fuerte infección pulmonar y semanas de internación. Pero no le pesó. Al contrario: lo volvería a hacer.
"Me metí a hacer algo y me pasé de rosca. Hice lo que no tenía que hacer, pero es lo nuestro, y uno trata de salvar lo que puede", confiesa con voz clara y serena. Desde su humilde hogar, rodeado de monte y memoria, Don Lucio habla con la lucidez de quien ha vivido profundamente. Su historia no es solo una anécdota de valentía, sino una radiografía del abandono, del amor por la tierra y de la sabiduría que el tiempo regala.
Un río que duele y enseña
El Pilcomayo es parte de su vida. Lo ha visto cambiar, crecer, volverse errático. Y también ha sido testigo de cómo las intervenciones humanas -o la falta de ellas- lo han herido. "Al río nadie le ayuda, todos pateamos en contra de él. El río no sabe qué hacer con su cauce. Y cada vez que crece, nos muestra su fuerza, su tristeza", dice con una mezcla de respeto y dolor.
No es un reclamo altisonante. Es una observación certera de alguien que entiende que el río, como la tierra, tiene alma. Don Lucio sabe que no se puede vivir dándole la espalda a la naturaleza. Y su historia nos obliga a mirar hacia donde no queremos: hacia lo que estamos perdiendo, hacia lo que no cuidamos.
Raíces profundas
A pesar de la infección que casi le cuesta la vida, Don Lucio se niega a abandonar su lugar. Estuvo internado en Córdoba durante un mes, pero al día siguiente de recibir el alta, hizo su valija y volvió. "Extrañaba mi tierra... ahí pienso dejar mis huesos", dice sin dramatismo, pero con una firmeza conmovedora.
Su casa está en un rincón donde cantan las charatas, donde sus hijos dieron sus primeros pasos, donde el monte respira lento. Allí quiere vivir sus días, bajo la sombra de los árboles que cuida como a su propia sangre. Y no está solo. Comunidades originarias lo acompañan, lo cuidan, y un pueblo entero lo respeta. Porque Don Lucio representa una forma de vivir que se está apagando: la del vínculo íntimo y sagrado con la tierra.
Una historia que interpela
El relato de Don Lucio no debería ser solo una nota de color. Debería ser una alarma encendida. Una invitación urgente a repensar cómo nos relacionamos con lo que nos rodea. Su cuerpo está cansado, pero su espíritu es inquebrantable. Y su mensaje es claro: tenemos que volver a amar la tierra, como él lo hace. Tenemos que dejar de mirar para otro lado.
Que su historia no quede en el olvido. Que nos sacuda. Que nos despierte. Porque Don Lucio, con pulmones heridos pero con el alma intacta, nos recuerda lo esencial: la tierra no es un lugar donde vivir, es el hogar que debemos cuidar.