Volvió el Tren de las Nubes, un viaje al cielo sobre rieles

Salteños y turistas pueden vivir una de las experiencias turísticas más increíbles que tiene Argentina.

Salteños y turistas pueden vivir una de las experiencias turísticas más increíbles que tiene Argentina.


El Tren a las Nubes de Salta es una de las actividades más peculiares que se pueden hacer en la Argentina y en el mundo. Está entre los que circulan a mayor altura en el planeta: alcanza los 4220 metros de altura, cuando la máquina y los vagones quedan suspendidos en el viaducto La Polvorilla.


Es una experiencia única que se cuenta entre los pocos productos turísticos catalogados con la Marca País. Y está funcionando. Aunque el proyecto original era de una vez a la semana, por la demanda registrada se harán dos viajes. Las reservas para este mes están casi completas y febrero viene bien, de acuerdo a los datos oficiales.




Susana Vallejos y su esposo, Sergio, llegaron desde Buenos Aires a Salta para hacer el recorrido. “Nos encanta este destino, es hermoso y siempre nos deja buenas experiencias. Excelente gastronomía, buenos vinos y estos paisajes son impresionantes”. El hombre admite que cuando la guía los previno que “si alguien se emocionaba en La Polvorilla dejara caer la lágrimas” él pensó que exageraba, pero cuando el tren se paró y miró dónde estaba, lloró. “Tienen que venir, es impresionante, impactante”, insiste su compañera.


La idea del Tren a las Nubes surgió a finales del siglo XIX. Después de varias décadas de análisis el presidente Hipólito Yrigoyen aprobó la iniciativa que apuntaba a unir la capital salteña con Antofagasta (Chile) atravesando la cordillera de los Andes. Fue un ingeniero estadounidense, Richard Maury, el encargado en la construcción del ramal C-14. El tramo hasta el viaducto se finalizó en 1948.


Las vistas que hoy siguen emocionando a los turistas del mundo que -en épocas normales, sin pandemia- hacen el viaje fueron elegidas por la escultora Lola Mora, quien participó de la elección del trazado precisamente para priorizar panorámicas excepcionales.


En un inicio el tren se usó para el movimiento de mercancías, pero no impactó en la economía como se esperaba; en 1971 fue relanzado con fines turísticos a propuesta de la Cámara de Hoteles y Restaurantes de Salta. En los noventa, durante la presidencia de Carlos Menem, el circuito fue privatizado. En 2014 la Provincia decidió reestatizarlo a partir de informes técnicos de la Comisión Nacional de Regulación de Transporte (CNRT) porque la formación sufrió un descalce.


Aquellos accidentes cambiaron el recorrido original que era desde la ciudad de Salta hasta La Polvorilla. Se modificó y los interesados pueden hacer una combinación de ómnibus por 150 kilómetros hasta San Antonio de los Cobres y, desde allí, el tren hasta el viaducto. O tomar la formación directamente en San Antonio de los Cobres.


El ministro de Turismo salteño, Mario Peña, enfatiza que la experiencia es única en el mundo: “No sólo se queda suspendido entre las nubes, sino que se ofrece un recorrido inigualable por la puna con la posibilidad de admirar la Quebrada del Toro, las artesanías de 25 comunidades originarias en El Alfarcito y recorrer San Antonio de los Cobres. Con el tren Salta muestra una parte de lo mejor de sus atractivos”.


La primera parada de los ómnibus es en Campo Quijano, un pueblo que nació hace un siglo como campamento de los trabajadores del ferrocarril que llegaron a la zona para retomar la construcción del Ramal C-14, que se había frenado en 1914. Llegó a contar con 3.000 carpas de obreros. En la plaza central hay una locomotora que rememora aquellos años.


Cuando llegan los micros, los artesanos y comerciantes de la zona se acercan con diferentes propuestas. Para la localidad el reinicio del recorrido es un alivio económico, ya que la clásica feria de los domingos continúa suspendida.


El viaje sigue hacia El Alfarcito, a 2800 metros de altura, donde reciben a los turistas con un desayuno de productos regionales y una feria de artesanías que convoca a 25 comunidades originarias de diferentes puntos de la puna. Nunca falta algún coplero que relata las historias y creencias de la zona. El pueblo comenzó a ganar un lugar en el mapa de la mano del cura Sigfrido Maximiliano Moroder, quien llegó en 1999. Para todos en este paraje es el “padre Chifri” o el “cura volador” por su amor por el parapente, al que usaba para moverse en esas tierras de difícil acceso.


Expectativas superadas


En el 2004 el cura sufrió un accidente en el parapente y quedó en silla de ruedas, pero su tarea continuó y creó 21 escuelas, 27 comunidades y la Fundación Alfarcito que sigue con ayudas de toda la Argentina y de voluntarios del mundo. El “cura volador” murió hace cinco años pero su nombre quedó atado al lugar donde está el hogar-escuela que fue la primera en los cerros de Lerma y que alberga y educa a los egresados de las primarias de esa región.


Hay jóvenes que se quedan nueve meses allí porque regresar a sus casas significa un día de mula. Egresan con un título de bachiller orientado al Turismo. Es esa gente la que atiende e informa a quienes llegan en el tren. La imagen característica del pueblo es la iglesia de techo rojo y paredes blancas rodeada por cerros de decenas de colores.


Sofía Fuster y Juan Guerra llevan varios viajes a las nubes en el tren. Los entusiasma poder ver “paisajes que parecen inalcanzables hasta con las máquinas de foto.la aridez es impactante”. Sugieren “animarse” al tren y también a un recorrido en auto para “ver lo mismo de otra manera”; destacan la “amabilidad” de los lugareños y la disposición a colaborar. Amalia Martínez es la guía; sus descripciones e historias acompañan a los viajeros. “Es lo más, un ícono del norte; es nuestro mayor orgullo, es la historia”, afirma feliz del regreso después de diez meses de inactividad.


Sebastián Vidal, presidente del Tren a las Nubes, explica que la CNRT los autorizó a viajar con una ocupación del 80% de la cantidad total de asientos por coche (de las 64 butacas se emplean 45); además del protocolo por Covid-19, hay un enfermero por micro y una ambulancia que sigue al grupo. Como se trata de un viaje a la puna, hay quienes pueden sentir los efectos de la altura y necesitar de asistencia.


El viaje de micro y tren incluye el desayuno y la merienda que se realiza en Santa Rosa de Tastil, una ciudad precolombina. El almuerzo es libre en San Antonio de los Cobres. La partida es a las 7 y el regreso alrededor de las 19:30.


A su entender, la combinación de bus y tren permite conocer más lugares ya que cuando era todo el recorrido en tren, no había paradas. La alegría del regreso de la excursión hizo que algunos pobladores se acercaran y homenajearan a los visitantes con pequeños obsequios, como empanadas de quinoa o artesanías. A Ezequiel Ferini, llegado de Buenos Aires, le son pocas las palabras para describir la sensación que tuvo. Después de recorrer distintos lugares de Salta, disfrutó de la excursión.


En la estación de San Antonio de los Cobres empieza la parte más deseada por muchos: el recorrido en el tren. Hay una parada en la explanada anterior al viaducto para algunas fotos y más posibilidad de compra de artesanías. Lo que sigue es lo que los técnicos definen como “estructura de vigas de acero de 223,5 metros de longitud, una altura máxima de 63 metros respecto al suelo y 1590 toneladas de peso, sobre un terreno ubicado a 4200 metros al nivel del mar”. Para el resto es La Polvorilla, la posibilidad de quedar entre las nubes, tocando el cielo.






Por: Gabriela Origlia / LA NACIÓN


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