Septiembre en flor en Salta: conocé la leyenda del lapacho

Su copa se abre allá arriba como un rostro sobre un tronco sin desperdicio y sin espinas. Y en septiembre, el lapacho es una niña quinceañera.

Su copa se abre allá arriba como un rostro sobre un tronco sin desperdicio y sin espinas. Y en septiembre, el lapacho es una niña quinceañera.


Los que saben de estas cosas cuentan que, hace más de mil años, los guaraníes iniciaron una larga migración hacia el sur desde el corazón de las selvas sudamericanas: quizás desde la meseta del Mato Grosso, donde se separan las aguas que se encauzan hacia el norte, hacia las selvas amazónicas, y las que descienden hacia el sur, a la cuenca del plata; o quizás desde más al Norte todavía. Pero dejemos hablar a los guaraníes, ellos mismo nos contarán su origen.


Cuenta la leyenda que “Tupá” el Dios de los guaraníes, cuando estaba dispuesta la separación de los hermanos “Tupí y “Guaraní”, un día antes de la partida de “Guaraní”, les dijo: (los dos son y serán siempre conquistadores de tierras, el símbolo de sus conquistas será, que ustedes al asentarse en una comunidad, marcarán con grandes árboles de distintos colores, cuyo nombre será “tajý”)


Y así “Tupá” les entregó la semilla de estos fornidos árboles que había traído del “yvaga”, prometiendo que si cultivaban las semillas crecerian los árboles más grandes y ellos utilizarían la maderas para todo lo que fuera necesario, canoas, armas, flechas, casas, etc.


Desde que comenzó la conquista de los guaraníes se puede disfrutar por todos los caminos los lapacho de diversos colores, desde ese tiempo los guaraníes afirman que los lapachos siempre trae la fortaleza de “Tupá” a todo el pueblo, pues al mirarlo y tocarlo, el árbol les trasmite una fuerza incomparable, marcando claramente el territorio que pertenece a está tribu.


Por esto los guaraníes lo llaman “El árbol de yvaga” o “El árbol de Tupá”.

(El árbol del cielo o el árbol de Dios)


Es un árbol esbelto, femenino en su talle. De hojas suaves y luminosas, que el viento mueve casi sacándoles un gesto humano. Su copa se abre allá arriba como un rostro sobre un tronco sin desperdicio y sin espinas. Y en septiembre, el lapacho es una niña quinceañera.


Antes de recuperar sus hojas, se viste todo de rosado en un reventón de flores que regala en abundancia, embelleciendo la geografía que lo acoge. Es el centinela de los montes, que descubre antes que los demás la llegada de la primavera. Lo que el Jacaranda es en azul, el lapacho lo es en sonrojo. El invierno lo despoja de sus hojas pero antes de volver a vestirlo, la primavera le regala toda su ternura que sólo la selva virginal puede entregar a sus criaturas.


Es un árbol que crece lento. No tiene apuros. Sabe esperar en la fidelidad de sus ciclos, viviéndolos uno a uno con intensidad, tanto en sus desnudeces invernales como en sus derroches de vida. Su madera se va haciendo lentamente por eso logra ser tan resistente. No necesita ser descortezado como el quebracho su resistencia le llega hasta la piel.


Cuando se entrega, se entrega entero, cuando los antiguos misioneros jesuitas construían sus iglesias monumentales, iban a los montes y arrancaban los lapachos con sus raíces enteras, transportándolos con su terrón de tierra colorada adherida a ellas. Y así los volvían a plantar en el suelo, constituyéndolos en columnas que sostendrán toda la estructura del edificio. Las paredes eran de esa misma tierra colorada apisonada en un encofrado de madera que luego se retiraba. Toda la resistencia del edificio, que aguantó siglos, se fiaba a las columnas. Por supuesto para esta misión había que despojarlo de sus ramas. Pero eso le sucede a todo árbol que tiene que cumplir una misión distinta a la de ser simplemente planta.


En San Ignacio Guazú y en muchos otros lugares de tierra guaraní, donde estuvieran antiguas y hermosas iglesias, hoy solo quedan en pie parte de esos troncos de ?taye?, trozos de columna aún clavadas junto a su montículo de tierra colorada que constituían las paredes. Su madera no se pudre. Poco a poco va saltando en astillas que regresan a la tierra madre, uniéndosela humus fértil que alimenta la vida nueva que nace a sus pies.


“Alerta vigía de septiembre, ternura de fiesta quinceañera, Se estrella el invierno entre sus flores Cubriendo de rosa las veredas”….


Fuente: https://rescatando-mi-cultura-guaran.blogspot.com


 


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