El maestro salteño que emociona al país: construyó un paraíso en medio de la nada

A los 33 años no le quedó otra que asumir el cargo de una escuelita en medio de los cerros. Caminaba 9 horas para llegar a clases.

A los 33 años no le quedó otra que asumir el cargo de una escuelita en medio de los cerros. Caminaba 9 horas para llegar a clases.


A unos 3367 metros de altura, en plena pre cordillera andina, la única edificación que se ve a simple vista por varios kilómetros es la Escuela 4526 El Rosal, que comparte nombre con el paraje rural donde está ubicada, dentro del departamento Rosario de Lerma, en la provincia de Salta. Entre tanto marrón árido, el establecimiento se destaca por los colores vivos que tienen sus murales, sus dos invernaderos, su antena de radio y por los 28 alumnos de nivel primario que corren por su patio durante el recreo.


“Por esta zona, las casas de las familias quedan muy distantes entre sí. Este es el único espacio donde los chicos pueden socializar, jugar y aprender”, asegura Aldo Román Palacios, director, maestro y principal responsable de que hoy El Rosal sea un punto de referencia dentro de la comunidad. Su historia fue publicada en diario La Nación.



Ubicada a 130 kilómetros de la capital salteña, concurren a esta institución educativa primaria plurigrado chicos de entre 5 y 13 años. También funciona como albergue para 11 estudiantes que viven a más de diez kilómetros de distancia. “La mayoría de los alumnos vienen de familias rurales de bajos recursos. Para los padres, somos la única herramienta que sus hijos tienen para progresar”, explica el director de 56 años.


Aldo llegó a El Rosal en 1995, luego de haber trabajado como maestro durante nueve años en otras escuelas primarias de la provincia. Cuando ingresó como docente, la construcción de la escuela no estaba terminada. Contaba con una sola clase, una pequeña vivienda para el docente -que también servía como depósito-, y no tenía luz. Además, no había un director designado, por lo que él tuvo que asumir el cargo con 33 años.



“Iba a ser algo temporal, pero cuando vi el estado de la escuela y todos los problemas que tenía, me quedé para dar una mano. Fue todo un desafío, sobre todo al principio, porque al quedar en un lugar tan aislado todo cuesta el doble”, cuenta. Desde entonces, se empeñó en buscar diferentes y creativas soluciones a los problemas de la escuela.


Durante los primeros tres años, Aldo tomaba todos los domingos un colectivo en Salta capital que lo dejaba a las once de la noche en un paraje cercano llamado El Alfarcito. Luego tenía que caminar 30 kilómetros durante nueve horas hasta la escuela. “Llegaba a las ocho de la mañana del lunes. Era la única forma en ese momento, sino los chicos se perdían un día de clases”, aclara. Actualmente, viaja en auto y vive de lunes a viernes en el albergue junto a su esposa Patricia, también docente en la escuela, y otra maestra.


Preocupado por el aislamiento, una de las primeras medidas que tomó fue instalar un equipo de radio para poder comunicarse con un hospital o un médico en caso de que hubiese una emergencia. Esto fue el puntapié para, años más tarde, crear la FM De las nubes 89.9, conducida por él y los alumnos. Durante los próximos años, se dedicó a terminar la construcción de la escuela, dividiéndola en tres clases, mejorando el albergue y las instalaciones de gas y luz.


Sin embargo, el gran cambio para El Rosal fue en 2001. Aldo estaba muy preocupado por la mala alimentación que tenían los chicos. “Por el ecosistema que hay en la zona, prácticamente no comen ni frutas ni verduras. Al mismo tiempo, llegan muy pocas garrafas de gas, entonces las familias para cocinar queman la poca madera que encuentran, afectando el medio ambiente, o usan el abono del ganado. Lo cual es tóxico”, sostiene.


La solución para Aldo fue construir un invernadero, donde actualmente siembran y cosechan una gran variedad de verduras como lechuga, tomate, remolacha y zanahoria, entre otras. “Al principio a los chicos les costaba consumir verduras y frutas, porque no estaban acostumbrados. Hoy en día, repiten estas sanas costumbres en sus propias casas. Varias familias del paraje han construido sus propios invernaderos”, destaca.


Pero para compensar la falta de combustible para la cocina, Aldo tuvo que recurrir a una solución más original. “Había leído en una revista científica sobre las cocinas solares y me di cuenta de que, si bien no tenemos todos los recursos, algo que si hay de sobra por acá es luz del sol durante gran parte del día”, advierte.


De esta forma, se contactó con técnicos de la Universidad Nacional de Salta y del Instituto Nacional de Energía no Convencional (Inenco), dependiente del Conicet. Ellos le facilitaron dos concentradores y un horno solar, que permiten usar esa radiación para calentar el agua y cocinar los alimentos. Todo lo que se come en la escuela, desde el pan de la mañana, hasta los almuerzos y meriendas, se elabora en la cocina solar.


En sus 23 años como director, cientos de chicos del departamento de Rosario de Lerma terminaron el primario. Aldo asegura con orgullo que muchos de ellos continuaron el secundario en una escuela de El Alfarcito. “Nosotros todos los días tratamos de explicarles lo importante que es seguir estudiando. Por ejemplo, una exalumna mía está a punto de recibirse como diseñadora. Que el alumno supere al maestro es lo mejor que te puede pasar como educador”, confiesa.


Cuando se le pregunta a Aldo qué necesita hoy la escuela para mejorar, da una respuesta que, según sus propias palabras, se aplica a todas las escuelas rurales del país. “Se necesitan más docentes comprometidos, que tengan la vocación y las ganas de venirse hasta acá para enseñar. Sé que no es la misma comodidad que volver a tu casa en la ciudad todos los días, pero realmente vale la pena hacerlo por los chicos”, concluye.



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